Estaba ya bien entrada la noche cuando Elliott llegó a su nuevo instituto.
Estaba sentado en la parte de atrás del coche de su abuelo ricachón y miraba con asco al chofer que lo llevaba.
Elliott no quería ir a ese instituto que bien parecía ser de mariquitas, más que nada porque antes era solo de puras mujeres. Pero a su abuelo no le interesó su opinión. Estaba aferrado con la idea de que Elliott necesitaba estar rodeado de gente elegante para poder aprender a portarse bien. A Elliott eso le importaba un soberano comino. Él no quería paar el resto de sus días rodeado de hipócritas como la gente que frecuentaba el abuelo, ni quería seguir viéndole la cara a sus parientes... Todos ellos con su ropa cara y sus modales de principitos valientes le enfermaban. Él prefería salir de noche y sacar su frustración rompiendo alguna ventana o apaleando un buzón de correos. No le molestaba meterse en pleitos. Le agradaba la adrenalina, y su nuevo colegio tenía tanta adrenalina como diamantes tienen los pobres.
El chofer llego hasta la entrada de la mansión y bajó las maletas de Elliott.
Elliott tomo sus maletas y se puso la cachucha de la sudadera que traía puesta y le aventó una ultima mirada de reproche al chofer. Y sin decir nada más se puso a caminar para entrar a su escuela.
Estaba echando chíspas y tenía ganas de mandar al demonio a todo así que ni siquiera se molestó en mirar las instalaciones o algo así.
Se metío sin ganas abajo del porche y tocó la puerta muy fuerte.
Cómo nadie le abrió se metió a la casa y aventó sus maletas al piso y puso sus manos en sus bolsillos mirando con asco alrededor.
Parecía que no había nadie. Por eso se subió las escaleras y se fue a instalar a los dormitorios no sin antes patear el barandal de la escalera cuando iba subiendo por ahí.